Poco a poco dejó de desperezarse, se relajó y me miró con unos ojos arcaicos. Unos ojos como no hubieras visto nunca, penetrantes e inexpresivos como los de un pájaro... Tenía en los ojos un anochecer de verano, un color oscuro crepuscular, cual alas de mariposa los párpados.
El simple movimiento de su pierna era como una danza; el natural desplazamiento de su cadera, fascinante como un fuego. El arco de su pie descalzo era mas sensual que nada que pudieras haber visto en tu corta vida. Delgada, pálida y perfecta. Jamás he visto un rostro tan dulce, una boca tan hecha para besar, labios encendidos como el cielo en el ocaso...
Su voz tenia un sonido estraño, no contenía ni la más leve aspereza; era pura finura, como un cristal perfectamente pulido. Cuando ella hablaba era imposible evitar pensar que su aliento salía de su pecho y pasaba por su tierna garganta, y que una cuidada disposicion de labios, dientes y lengua le daban forma. Había ocasiones en las que su voz llenaba el aire como si el mundo entero le estuviera escuchando. Suave como la caricia de una pluma. Hacía que el corazón te diera un vuelco en el pecho.
Era hermosa como la luna. Era majestuosa como una reina. Impaciente como una niña. Orgullosa como un gato. Y no era nada de eso. No se parecía ni pizca a ninguna de esas cosas.
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