Aprendió que no siempre al cerrar los ojos consigues dormir; que por mucho que te empeñes en hacerle caso a tu cabecita, acabará ganando el corazón por goleada. Vendió miles de sueños al olvido, cientos de promesas y solo un par de adios. Escribió sin remitente, ni argumento, con la esperanza de llegar a las comisuras de una sonrisa, con la esperanza de encontrar ese algo del que todos hablan...
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