domingo, 30 de octubre de 2011

Erasé una vez una princesita un tanto peculiar que andaba perdida en un mundo donde hasta ahora sólo le habían hecho daño. Tan roto estaba su corazón que le daba auténtico pánico pensar en el amor, aunque por otra parte era lo que más ansiaba en esta vida. 
Todo pretendiente que quisiera acercarse a ella tenía que pasar antes por un intensivo análisis para comprobar si era un impostor o realmente portaba sangre azul. Tras mucha dilación se decantó por un jovencito de mirada traviesa y gran corazón que prometió regalarle una tarde de cuento de hadas y mandarle cada día un beso antes de dormir. La princesa desconfiada, debido a haber caido demasiadas veces de sus nubes de algodón, empezó a acostumbrarse a su compañía hasta que un día decidió darle una oportunidad. La tarde marchaba estupendamente pero ella, quebradizo sueño de cristal, no se atrevía a dar el primer pasao aunque se moría de ganas por acariciar sus labios. Un segundo más tarde de que estos pensamientos abordaran su cabeza, el principe la miró a los ojos intentando descubrir si tenía permiso para robarle un beso. La princesa le devolvió la mirada acompañada de su sonrisa más sincera, haciendo que el principe no pudiera aguantar ni un minuto más lejos de esa boca que le llamaba a gritos y le regaló por fin el beso de buenas noches que tanto tiempo llevaba ansiando ella.

Pero claro, los cuentos de hadas no existen... ¿o si?

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